Una metodología emancipadora no es un método ni un
modo, es una producción de estrategias abiertas y en movimiento, de conexión de
experiencia y saber. En tanto que el método es un conjunto de pasos siempre
establecidos en un mismo orden, en una secuencia de procedimiento que
transforma esa ritualidad en un orden que describe su resultado en términos de
idealidad y de objetividad, una metodología es un proceso abierto, articulable,
inflexivo y recursivo, capaz de ordenarse y buscar su uso y potencialidad
flexiblemente dependiendo del contexto y del grupo con el que se participa en
la generación de su proceso de comprensión, aprendizaje y construcción de
respuestas.
De
esta forma una metodología de apertura no repite sus pasos mecánicamente sino
que juega con sus pasos probando su eficacia en su ejercicio. Una metodología
emancipadora se instala precisamente en el espacio del juego en cuento entiende
que es en su movimiento donde radica su propia clave, toda vez que “el juego es
la búsqueda del método, la construcción grupal o individual de una forma
posible de llegar a lo que se busca” (.Scheines. 1998. 22-23), lo que incluso
para el investigador individual es esencial recordar, ya que en el juego nunca
se está sólo ni fuera.
Una
metodología del movimiento es un proceso de apertura, se propone respuestas
transitorias y generación de mecanismos de revisión y reposición de los
escenarios. Especialmente importante resulta esta posibilidad de revisión y
replanteamiento de los problemas en su evolución en el tiempo para aquellas
investigaciones, acciones y trabajos de generación, defensa o constitución de
derechos. No hay lo definitivo ni hay una ley de verdad o norma que pueda
cerrar definitivamente un estado social como un estado consolidado, hay estados
plurales a descubrir y a producir y esa es tanto el camino como el objetivo de
una metodología de apertura. Contra el cierre de los procesos las metodologías
de apertura proponen una nueva lógica: “A una lógica del orden, oponen una
lógica de lo contradictorio y la incertidumbre” (Balandier. 1988. 131).
Una
metodología integradora se construye a
partir de sus propias experiencias y saca lecciones provisorias de
ellas. Para éste tipo de metodologías el aprendizaje es fundamental, es parte
del mismo procedimiento, es su potencial y su riqueza.
Para
el investigador su participación es, a la vez que de un analista, la de un
mediador, de un interventor comprometido parte del proceso y se involucra en
él, que saca lecciones de su experiencia, las acumula, las reordena, trabaja no
por imposición sino por memoria activa, homologando en un proceso de prueba
constante su validación posible en la actualidad de los conocimientos pasados. Cuando
incorporamos la necesidad de no partir de supuestos abstractos ni dar por
sentadas verdades sino que hacer visible lo real, eso está basado en un largo
trabajo de campo con actores sociales en busca de develar su verdadero
contexto.
Así
por ejemplo trabajando con jóvenes de sectores marginales en busca de cual
situación material podía servir de base para reconocer su necesidad más
demandada el trabajo con grupos nos develó que reclamaban de los adultos sobre
todo intimidad; viviendo en espacios hacinados su reclamo no era de carácter
sexual sino relacionado a su espacio de autonomía y comunicación, lo que los
obligaba a salir a la calle. Trabajando con mujeres que sufrían de violencia
intrafamiliar descubrimos que resultó fundamental mostrarles como el suyo
personal era un problema colectivo y no individual. En educación a líderes
sindicales descubrir las diferencias y semejanzas entre los diferentes tipos de
trabajos permitió por un lado obtener una mejor definición de las necesidades
de información de los diferentes grupos (retail, trabajadores independientes,
de servicios públicos, manufacturas) y por otra hacer que descubriesen entre
ellos que debían buscar formas diferentes de interactuar que pensar eran todos
lo mismo; en apoyo a sindicatos para desarrollar estrategias de defensa de
derechos, al cruzar la línea de producción con la estructura de jerarquías de
las jefaturas permitió saber donde se producían los principales conflictos y a
que lógica respondían.
De la
acumulación, organización y reorganización de esas experiencias se fue
construyendo la idea de que era imprescindible mostrar y compartir esa base de
realidad común y que el proceso de encuentro y emocionalidad de los sujetos era
esencial para producir interacciones nuevas.
Pero adicionalmente
en estos procesos de interacción colectivos que constituye en trabajo de
problemas sociales, la educación en su sentido no bancario resulta fundamental,
para que el proceso de mirada de los afectados no se cierre sino que se abra a
su contexto y a la experiencia de que es posible cambiar los estados sociales,
“porque hablar de un proceso educativos es hablar de una forma específica de
adquirir conocimientos, y el crear y recrear el conocimiento, es un proceso que
implica una concepción metodológica a través de la cual este proceso se
desarrolla” (CIDE. 1987. 4); y esos conocimientos sistematizados y relacionados
con el propio contexto producen un saber que empodera a los sujetos.
Como
sostenía Joaquín Herrera:
“El nivel “ejemplar” de la memoria nos permite servirnos de las
injusticias sufridas en el pasado para combatirlas hoy en las formas que van
adoptando en el presente. La memoria ejemplar da un nuevo sentido al combate
contra las desigualdades, al insertarlo
en la evolución de la explotación del ser humano por el ser humano” (Herrera.
2005. 215).
Por
estas razones creativas, una metodología sistematizadora y creadora no parte de
un sentido sino que se lo propone, lo produce. La realidad no es algo inmóvil
que debe ser adecuado a las teorías, o forzadamente subsumida a las
definiciones normativas, como en el derecho con los conflictos sociales, sino
que es a la vez punto de partida pero esencialmente punto de llegada, de
creación del proceso de asumir la realidad y transformarla: “el sentido no es
nunca principio ni origen, es producto” (Deleuze. 2005. 103) Es esta idea de
sentido que reemplaza a la verdad el gran salto de un saber/hacer no moderno ni
liberal.
Resulta
en consecuencia acertado decir que una metodología como la que proponemos es
una metodología de la potencia; pone tanto como objeto de su trabajo a la vez
que como objetivo de su accionar que genere sujetos dueños de sí y creadores de
sus condiciones de posibilidad; la dinámica (dynamis) que se opone a lo
inmutable.
Se
trata finalmente de una metodología materialista y finalista. Materialista en
su origen, su proceso y su punto de llegada, porque parte de la realidad
material, se desarrolla en su conocimiento y en su análisis, en aprender y
aprehender de ella y en volver a las relaciones e interacciones efectivas para
su transformación. Y finalista por que se propone desde un inicio la
satisfacción de las necesidades humanas y se orienta a ese objetivo y no a una
noción de orden que desplaza esa satisfacción a una razón abstracta de tiempo y
sentido.
Lo
anterior nos lleva nuevamente al ejercicio de la metodología, del pensar, del
hacer y del crear, y a la permanente dificultad de aplicar sobre ese ejercicio
las acciones necesarios para que devenga en una práctica de sentido y no en una
repetición de métodos modernos por abstracción. Para aterrizar en las tareas
políticas y prácticas que emanan de nuestra apuesta y que derivan de ellas, tres pistas de futuro pueden ayudarnos:
Primero, estas prácticas de pensar/hacer/saber requieren
un constante sentido profanador. Como recuerda Agamben profanar significa
no solo abolir las prohibiciones sino hacer de ellas un nuevo uso, jugar con
ellas. “La creación de un nuevo uso, es, así, posible para el hombre solamente
desactivando un viejo uso, volviéndolo inoperante” (Agamben. 2005. 112). La
acción metodológica se dirige a la tarea de recuperar, para las mayorías,
continuamente, el uso común de las cosas.
Segundo,
contra el pensamiento des-subjetivante de la
técnica moderna, su sentido abstracto la verdad y la realidad, contra el
pensamiento único que pretende que esa respuesta abstracta y técnica es la
única respuesta posible y limita la creación a los límites del orden, el
pensar/hacer/ saber requiere siempre de luchar contra la uniformidad y
recuperar la pluralidad de las respuestas.
Tercero, el método de ejercicio de lo común comienza en
la proposición del sí individual y colectivo, articulado; en voluntad de poder
aplicada, en la interacción y en el habitar del entorno, en su reapropiación y
su cuidado. El modo del método es la acción directa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario