Buscando otra cosa encontré este artículo de hace unos 4 años atrás y me pareció que la discusión seguía vigente así que aquí está por si a alguien le interesa.
TOLERANCIA Y BARBARIE.
DIVERSIDAD O DERECHO O DERECHOS EN LA DIVERSIDAD.
INTRODUCCIÓN.
Hace un tiempo fui invitado a participar de una mesa de debate sobre “Tolerancia o Barbarie”, a propósito del día Mundial de la Filosofía y de la Diversidad. En ella realicé una exposición que discurría en base al punteo de ideas que a continuación se señalan:
- Dificultad de la diversidad desde el derecho, que tiende a la uniformidad bajo el rotulo del estado de derecho y la igualdad ante la ley.
- Concepción del monismo, dato no solo jurídico sino epistemológico de la modernidad.
- Crítica a la razón moderna: - esencialismo pre determinado del sujeto, - el fragmento de razón emoción. – la verdad solo en la ciencia. La razón binaria.
- Tolerancia y barbarie o civilización y barbarie. ¿es otra lógica distinta?.
- Contra la tolerancia: la misma formulación del principio normativo del beber y el perímetro.
- Barbarie: lo bueno y lo malo. ¿somos ángeles o demonios?, reconocer la historia y los lados oscuros de lo humano: contra la ilustración. La razón como de la promesa falsa.
- El principio del placer (y el dolor en él) contra el principio del deber de la norma: lo tolerable, lo criminalizable.
- Repensar el derecho: los derechos, la certeza ni el sujeto existen: devenir, creación, garantía y hermenéutica del deseo.
- Otro derecho: de la imputación a la integridad. Del derecho a la diversidad a la diversidad en el derecho.
- Ciencia, filosofía y poesía para la diversidad.
Al finalizar la exposición recibí tres comentarios críticos que me ha parecido necesario no solo atender, sino que me motivan a intentar dar un fundamento más coherente a lo expuesto, a intentar llenar los vacíos de presupuesto y desarrollo de éstas ideas. No solo por que las tres críticas son de suyo interesantes, sino por que además provienen de amigos/as que merecen atención de mi parte para hacerme cargo del debate que provoqué.
Estas críticas fueron tres:
- Este discurso que contra la modernidad, que además no se dice pos moderno, parece querer ser un tanto neutral.
- Hace algunos años yo hablaba de crítica al derecho, hoy hablo de dejar la crítica para pensar otro derecho. ¿hay evolución o abandono?
- Cuando señalé que los derechos no existen, es una afirmación demasiada rotunda, que olvida que hay derechos que si existen, aunque sea por convención, como el Derecho a la Vida.
Las reflexiones que contiene éste texto entonces pretenden hacerse cargo de éste debate, intentando proponer, desde lo que me gusta llamar “una razón irónica” más respuestas contextos y preguntas para seguir reflexionando. Lo hago además en un trayecto que va desde la filosofía a lo jurídico. Desde la filosofía no como acto de erudición filosófica sino como ejercicio de pensar la realidad desde una formulación conceptual abarcadora. Desde lo jurídico como una propuesta de entender el derecho más allá de su condición institucional y normativa. Y desde una política que es a la vez una poética: un rechazo a lo que hay, una memoria de lo luchado y una invitación a la creación antes que a la tradición.
DIVERSIDAD Y UNIFORMIDAD EN EL ESTADO DE DERECHO.
Hablar de diversidad desde el derecho resulta, sin duda problemático, en el doble sentido de ser un problema a resolver como de la posibilidad de problematizar el punto, intentando un quiebre en la concepción mayoritaria acerca del derecho como fundamento posible de lo diverso.
Lo es por que el derecho occidental que conocemos es profundamente monista y centralista, y la alusión al Estado de Derecho, como supuesto garante de la igualdad es en verdad una alusión directa a ese mismo monismo y centralismo, una revisitación de la centrífuga concepción del Estado Nación, además de ser un criterio de igualación ante la ley de carácter formal y abstracto, por lo que en general solo tiene aplicación más o menos efectiva ante los derechos procesales y políticos, no para otras necesidades de mayor dificultad de abstracción y que dependen de las subjetividades individuales y grupales.
Nuestros estados de derecho y la concepción jurídica liberal que con ella trae es legalista, es decir que los derechos se entienden existir cuando han sido por esa vía consagrados, y su ejercicio se limita a las vías que señala la ley, lo que hace que su uso sea formalista y no real, midiéndose su concreción por el uso de las formas y no por los resultados. Y si además agregamos que el Estado de Derecho está centrado en el Estado como único productor del derecho considerado legítimo, en el monopolio del uso de la fuerza por éste para defender ese derecho y en que cada estado corresponde a la existencia de una nación, el circulo parece cerrarse. El monismo jurisdiccional y estatal no admite pensar mucho en diversidad, a menos que se subordine a ese centro de producción y control que es el estado. Esa es una extraña diversidad.[3]
La verdadera naturaleza de éstos conceptos, tolerancia y diversidad, así como su funcionalidad a ese orden centrífugo que menciono, me parece hay que buscarlo en una perspectiva más amplia. Por eso una mirada desde la filosofía del y para el derecho me parece más adecuada.
Desde un punto de vista implícito y antes de efectuar una mayor disección del asunto, al parecer los conceptos de tolerancia y diversidad se presentan como contrapuestos a la barbarie, en un juego de valor/disvalor. Y efectivamenteplurisentidos de cada termino para observar la complejidad de pasar de largo por ésta aparente contradicción e intentar plantear la cuestión desde otro punto de vista no dicotómico.
Tolerancia no es solo un valor que se presenta sin señalar desde donde viene la definición de ese valor como positivo frente a la intolerancia. Presentado así se vuelve confuso, por lo que me parece necesario presentarlo, desde el derecho, en un nivel distinto: la tolerancia es más que un valor un indicador de una cierta práctica de construcción de sociedad y de juridicidad, en verdad se trata de un principio normativo, de imputación, que permite separar límites de aceptabilidad para legalizar o ilegalizar, en definitiva para excluir o incluir, para admitir o criminalizar. Que se va a tolerar, que se hace tolerable dice relación con los límites que los controladores de un cierto y determinado orden social, hoy por hoy bastante único, asumen con un carácter decisorio pre jurisdiccional.
La diversidad en cambio no es un valor o un estado a desear, sino un dato de realidad, una característica de existencia de las cosas, de los cuerpos, de las relaciones, del lenguaje, de manera que no es un problema de tolerancia o barbarie para su admisión, sino de reconocimiento primero y de devenir en ella después.
Sucede que a esa diversidad le aplicamos o no principios normativos de tolerancia para tratarla de algún modo. Ingeniería social si se quiere.
Y la barbarie es sin duda un concepto tampoco neutro sino de colonización, que busca dejar fuera de las fronteras al diferente, justificándose por prejuicio en una dicotomía de bueno-malo el que los otros son bárbaros y nosotros civilizados. Es decir, denominación conceptual de lo aceptable, de lo tolerable como bueno, nunca en abstracto, siempre en un orden pre determinado, o a determinar.
Las claves de comprensión y de apertura me parece deben buscarse de otra forma.
MODERNIDAD Y LÓGICA DE LA EXCLUSIÓN.
En efecto, me parece que la verdadera clave de ésta forma de orientar toda la pluralidad de la existencia, de reconducirla hacia un centro hegemónico que determina que es admisible y que no, que es tolerable y que no, pasa de alguna forma por la utilidad que tal o cual noción, concepto, valor, tenga para un fin políticamente predeterminado. Políticamente en su sentido de ciencia política, de ideología y/o partido, pero también de biopolítica.
Pero entonces, ¿donde buscar una cierta raíz, un cierto lugar de inicio que permita entender a que me refiero con de lo principio normativo y exclusión como fundación de un orden?
Me parece que uno no puede intentar discutir los límites de la tolerancia frente a la diversidad sin recordar que estamos marcados por un cierto y determinado paradigma en el que confluyen en la construcción social, rastros del antiguo orden medieval (o pre modernos si se quiere), ideas de ilustración, estado nación, uniformidad cultural y ley científica como sinónimo de verdad. EL paradigma de la modernidad, nos marca de principio a fin.
Si se toma en serio el concepto de paradigma como descriptor de toda una forma de mirar/estar/hacer en el mundo, uno puede advertir no solo las matrices que nos constituyen, sino lo increíblemente extensos en el tiempo que son las formas de ver/estar/hacer que de, con, por y a través de él se establecen. Y sin duda el paradigma moderno, en todas sus variantes y con todas sus adiciones es responsable de los puntos de vista de que nos rodean, para pasar por ellos sin reflexión, para afirmarlos, o para criticarlos.
Ideas premodernas y hobbesianas de la necesidad de un orden que debe ser mantenido como reacción a la barbarie externa y de un soberano que acoge, mantiene y garantiza sobre cualquier otra razón ese orden. Una idea de la razón como dios laico que opera en una lógica binaria de inclusión/exclusión, que hace primar razón sobre emoción, separa mente sobre cuerpo, civilización versus naturaleza, masculino sobre femenino, sumado a una lógica ilustracionista de razonabilidad y progresismo que sin embargo incurre en principios de vanguardismo y clasismo sobre las hordas pobres, bárbaras, incultas, incivilizadas. Una construcción global de expansión en torno a ideas etnocéntricamente europeas (o yankis) blancas, cristianas y capitalistas. Una noción del tiempo (de raíz aristotélica) lineal, que mira y tiende al futuro y lleva a plazar el hoy; una concepción de lo política que se centra en el estado nación y en la mono identidad nacional, en la exclusión del extraño, del extranjero, del ajeno; una razón económica de la técnica y la lógica científica dura que excluye otros discursos; una moral conservadora, puritana, culposa, impuesta desde fuera, que pretende ignorar al sujeto (mente, cuerpo, relaciones y deseos, todo junto y a la vez) en pos de un orden superior y futuro; una noción de que hay verdades absolutas, científicas, lógicas acatables por todos; una antropología liberal que finalmente cosifica todas las relaciones en torno al mito del mercado regulador (o regulado)y la técnica aplicada. Mucha modernidad en todo, todos y cada uno.
De eso no es posible pasar de largo sin analizar cuanto de todo eso hay en uno, y de cuanto se desea tener. Y claro, puesto así tan amplio, plantear la necesidad de superar ese paradigma parece no solo muy amplio, sino que incluso suena neutral, o peor aún, como si el hablante quisiera pasar de largo y no hacerse responsable de nada de los horrores que ese paradigma moderno conlleva, y solo gozar de sus beneficios.
Y sin embargo no es neutralidad, sino una perspectiva distinta. La modernidad nos ha condicionado a la formalidad y la elección entre dos puntos de vista binarios, excluyentes y maniqueístas, puestos en juego entre la verdad y la mentira, entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto, de manera que las terceras opciones, aquello que abre hacia la diversidad de forma natural, como rutina de la pluralidad quedan invisibilizadas, ninguneadas y a la vez presas de opciones polares. Esa perspectiva encierra una trampa, la de creer que se es distinto a lo que se opone solo por denominarse de forma distinta, solo por apelar a una fundamentación ideológica y cerradamente justificante.
Me parece que una critica radical a la modernidad no es una negación, sino una forma de asumir sus vacíos y sobre todo sus aporías, sus vacíos, sus falsas promesas. Romper con la colonización de nuestra mirada en base a miradas siempre limitadas y opciones a las que supuestamente adherimos libremente pero que subyacen en la inercia del paradigma moderno, me parece no es ser neutral, sino radical en la apuesta de un sentido distinto al de la fragmentación, la disyunción, la exclusión y la cosificación técnica y/o mercantil de la existencia.
En efecto, combatir y superar la supuesta pero falsa elección entre solo dos opuestos que se niegan, pero que fluyen en una misma lógica me parece indispensable para combatir y translucir lo falso de la promesa moderna y encarar una posibilidad de construcción social distinta a las hasta ahora existentes, rescatando, revalorizando y reposicionando aquella parte emancipatoria de las apuestas que hasta ahora intentaron romper con la lógica expansiva, posesiva y excluyentes de la razón moderna.
Asumir que cada una de las promesas de liberación, maniqueístamente buenas y autojustificadas, excluían absolutamente a las otras en un proceso de negación de éstas mas que de afirmación de los sentidos propios, conlleva asumir lo similares que las antropologías en juego eran, para en esa convergencia asumir las diferencias.
Sin una revisión incluso extirpativa de nuestras herencias y nuestras potencias en esa historia de la modernidad no hay emancipación, solo reiteración de viejos errores en una carrera que va en otra dirección y a otra velocidad hace rato. Los demonios que se escondían en las promesas de liberación, liberales o socialistas, terminaron por desatarse en la peor de las realidades, con sumas de muertos justificados ideológicamente y en que el capitalismo arrasó por su mayor eficiencia, no por su justicia. Entonces, las respuestas que conllevan mas de lo mismo, que son una negación del contrario y no una diferencia (o diferAncia diría Derridá) pueden seguir teniendo buenas intenciones, pero adolecen de la misma ceguera disyuntiva binominal y limitada, de la misma no consideración del punto ciego del ojo, necesario para superar el momento apocalíptico de la globalización neoliberal y dar lugar a la construcción de un sistema mundo integrador y no excluyente por defecto de constitución, como la modernidad tecnológica, economicista y humanista abstracta esconde.
Las lógicas de dominación, de victimización circular y autocolonización en una razón impuesta subrepticiamente y que se nos pasa por alto requiere una crítica radical, que deja de ser neutra cuando se evalúa la coyuntura actual y sus resultados: un momento de aplicación capitalista salvaje y de riesgo planetario real, que en esa lógica hoy comandada desde el capital, sigue lacerando a los excluidos y perjudicados de siempre y que hace falsa una discusión sobre otra modernidad no capitalista que no existe, por mucho que hubiésemos querido existiese para poder criticarla. Hoy la crítica a ésta modernidad es crítica al capitalismo globalizado. Cualquier otra idea es ingenua o peor, voluntarista y destinada al fracaso.
TOLERANCIA Y BARBARIE O CIVILIZACIÓN Y BARBARIE. ¿ES ESTO UNA LÓGICA DISTINTA?
Por eso es que antes planteaba el hecho que era tolerancia versus barbarie, o el derecho a la diversidad o incluso la ridícula tautología del derecho a tener derechos, me parecen es volver a plantear toda la discusión en los mismos términos circulares y cerrados.
Como antes señalé, la barbarie es una definición desde un centro autodefinido por él mismo como bueno e impuesto por algún grado de fuerza y hegemonía que lo permite, de manera que reclamar tolerancia ante eso, es mendigar un reconocimiento para que ese centro excluyente nos de visa de no bárbaros, o de bárbaros tolerables, atilas blanqueados que cabalgan ya no contra el imperio sino en los pasillos de un supermercado.
Esa misma actitud de pedir permiso al “dueño” de la plaza pública para sentarse en los bienes nacionales de uso público es la de reclamar un derecho a la diversidad. Es decirle: señor amo, ¿Ud. Que controla lo que es aceptable y lo que no, lo que es permitido y lo que no, lo que debe ser protegido por los guardianes que pagamos todos, puede aceptar que yo sea algo diverso a la matriz que hasta ahora tenemos? Y entonces, ante el magnánimo evento del permiso del soberano, procederemos a redactar el estatuto de esa diferencia, los límites conceptuales, substantivos y procesales que permitirán su consagración y su eventual protección si es que el mismo estatuto (ley, tratado, constitución) lo permiten. Que es lo que el sistema formal de derecho ha hecho con los denominados derechos sociales, que terminan siendo reconocidos pero tratados programáticamente como necesidades que dependen de cuantos recursos futuros se pueda disponer, mientras la necesidad aumenta y se extiende en la lógica despersonalizada del mercado.
La lógica del permiso y del estatuto es la lógica de la sumisión, la dialéctica del amo y del esclavo en que este último nunca deja de serlo.
Esto no quiere decir, al igual que en la crítica a la modernidad, que no vayan a usarse los instrumentos, sino al contrario, que todo instrumento no es neutral y su uso depende de la mirada, del sentido, del usuario. Sin embargo, romper los límites impuestos por una verdad única, abrirse a nuevos usos, a nuevas exploraciones es el verdadero acto de emancipación, no neutral pero tampoco ingénua.
Es esta la razón por la que sostuve antes que los derechos no existen. Puede sonar fuerte, radical e iconoclasta, pero me parece que partir de ese principio básico, que las cosas no existen por el solo hecho de haberse escrito o consensuado alguna vez nos ayuda a salir de la trampa de mirada en que nos movemos, para salir de la realidad como denominación y no como enunciación y declamación, el grito.
Los estatutos de derechos que conocemos son eso, transcripciones de consensos temporales, escritos y eventualmente constituidos además en garantías procesales de los derechos que resguardan. Los derechos no existen por que estén escritos, existen cuando se realizan, cuando se vivifican, cuando las necesidades a que responde ese grito de justicia que llamamos derecho, ha sido satisfecha, y nunca definitivamente.
Una cosa son los derechos, es decir las necesidades humanas provenientes de relaciones sociales concretas, más que no cumplidas todavía o en proceso progresivo de obtención (misma lógica liberal y socialdemócrata del progreso y el optimismo en el futuro abstracto, diferenciables solo en el monto de las tasas de impuestos y la intervención del Estado), en verdad negadas, conculcadas o expropiadas por la intención manifiesta o inercial de las sociedades occidentales, expansivas y de mercado.
La formalización de un derecho, o mejor dicho de una garantía procesal de un derecho, no es igual a la existencia, esa es una trampa de espejos sin contenido.
PRINCIPIO DE DEBER Y PRINCIPIO DE PLACER.
La necesidad y la posibilidad de emancipación pasa entonces necesariamente por la actitud/acción permanente y no aplazada de cambiar la mirada, pensar de otro modo, cambiar la emocionalidad y las formas de reracionamiento.
Una forma posible de conjugar todo esto y pasar a la acción en los distintos planos de la existencia es dejar de pensar en binomios y abrirse mental y prácticamente a la pluralidad (NO A LA DIVERSIDAD) en que todas las posiciones, todas las opciones, todas las acciones son posibles, aunque no necesariamente igual de válidas, opción ética juzgable solo experiencialmente y nunca previa y abstractamente en base a mandatos escritos o prejuicios, peor, no expresados.
Se ha hecho un verdadero y molesto hábito el que se nos ponga frente a elecciones supuestas y falsas que llevan una predefinición valórica previa condicionada. Puestos a elegir entre lo bueno y lo malo, le virtuoso y lo defectuoso, la alegría y la tristeza, lo consecuente y lo traidor, la nacional o lo internacional, lo jóven o lo viejo, lo adecuado y lo mal educado, lo posible y lo queríble, se nos encierra. Vamos pensando que un sistema social, un momento comunitario, un bien estar personal ideal implica vivir en lo bueno, en la virtud (beatitud mas bien), la alegría, la consecuencia (causa-efecto mecanica y/o obsecuencia y tozudez), lo local, lo joven, lo educado, lo posible. Esto se parece demasiado a Disneylandia y yo no quiero ser un mono de Walt Disney. La vida es más compleja y mas plural que eso. Para mala suerte de alguno incluso los héroes bíblicos y los del ideario izquierdista están llenos de contradicciones inexplicable que la pluma y los sermones o dsicursos no logran borrar del todo.
El tipo de civilización moderna, en el fondo aún jusnaturalista racional o divina, se ha construido en base a ésta ceguera de una verdad al principio o al final o en ambas eternidades como diría Nietszche. Lo que nos deja presos en ningún instante concreto sino en una indefinición permanente de opciones actuales, a la espera de algún futuro mejor y por etapas o de un pasado que se reviva.
Sin embargo esas opciones en torno a dualismos impuestos y de definición de virtud previa son falsas; propias del maniqueísmo moderno que aspira a establecer la verdad y a un orden sin conflictos, de perfección científica y/o divina, que se construye en base a leyes (matemáticas, económicas, sociales, normativas) estructurantes y normativas. Todas ellas razonan sobre la lógica del deber, de la imputación, del hacer como está mandado. Una lógica de la dominación, del amo y del esclavo, del cielo y del infierno, de la certeza o el caos como insania.
En una tautología inexplicable y estabilizada artificialmente y de conflicto latente (iba a decir neurótica) en verdad nos encontramos presos del principio del deber y lejos del placer, a menos que se obtenga como es debido y dentro de ciertos límites. Y un placer que no es lúdico, sensual u orgiástico, es decir caótico, no es en verdad placer.
Entre el principio del deber, principio normativo y de imputación y el principio del placer no hay una nueva elección cerrado, sino un sistema integrado y holístico de salud/ enfermedad/ vida, de dolor/placer/lucha, de actitud/aptitud/acción que solo tiene sentido en la medida que se integra permanentemente y se asume que los extremos dolorosos y placenteros son siempre parte del todo y están siempre presentes, al menos latente.
La opción por el deber es a la corta y a la larga no sólo miope sino además castrante, alienante, limitante y limitada. El problema de la inflación normativa de las sociedades modernas, que paradojalmente va a la par de una inflación de necesidades y conflictos también permanentes, radica precisamente en el centro del problema: la imputación no resuelve nada, solo sirve si se le minimiza para reconfigurar permanentemente las opciones.
Pensar que el orden es la solución es una falacia y un engaño, por cierto impuesto. No existe orden, existe a la vez un cosmos que requiere del caos y en ese devenir de un kairos propio. El principio del deber es normativo y cerrado, el principio del placer es en cambio plural, integrador y actualizante. La sociedad requiere una integración distinta al deber ser.
REPENSAR EL DERECHO.
Lo anterior nos obliga entonces también a repensar el derecho como disciplina social o a ceder el campo a otras disciplinas. El abismo entre el derecho formalizado no es solo cada vez mayor con las necesidades que busca satisfacer, sino que de alguna manera insalvable bajo la imputación.
Es de alguna manera el momento de pasar de la crítica en tanto negación a una crítica de la afirmación, de la construcción de nuevas opciones y nuevas integraciones que abran paso a las nuevas realidades. ¿ Se trata esto de un abandono de la crítica al derecho? En ningún caso. Al igual que la crítica radical a la modernidad no es ni abandono ni neutralidad, la crítica radical al derecho de imputación es también una opción radical por lo nuevo, por lo otro posible, que es precisamente lo que inspiró hasta acá a la teoría crítica del derecho.
En la tradición de éste movimiento se alojaba precisamente una crítica radical, pero también la necesidad de superación y transgresión del orden normativo sustentador de la dominación. Todo lo dicho por la Teoría Crítica del Derecho en torno a los límites, insuficiencias, falsedades e ideología del orden como represión del derecho moderno (burgués, liberal y formal, pero que se implementó de similar forma en los intentos no capitalistas) sigue siendo radicalmente cierto; todas las propúestas de construcción social de ordenes distintos, de metodologías diferentes, de operadores jurídicos más amplios que los abogados y guardianes que planteaban los teórico prácticos del Uso Alternativo del Derecho siguen siendo necesarios y revisitables y creables y recreables. La necesidad de otro derecho, no monista sino plural del Derecho Alternativo es mas que nunca una exigencia más actual que nunca, más irrenunciable que antes.
Sin embargo como toda propuesta, y esto ha sucedido de cierta forma en el paso de los años 80 a la década del 2000, cambios globales y nacionales inclusive, una propuesta que no se revisa, que no se critica, que no se proyecta adquiere un lastre, una inercia que vuelve a decirse diferente pero que deja de serlo por inactual.
A diferencia de la situación de los años 70 u 80 del siglo pasado (si, ojo, eso ya fue un siglo atrás) las posturas del otro derecho poseen una historia de la teoría y la práctica que obligan a pasar de la negación del enemigo del combate a la estrategia de la hegemonía positiva de la afirmación de lo nuevo, nuevo inacabado precisamente en los apuestas necesarias de seguir haciendo. Es por eso que planteo que es el momento de pensar otro derecho, otro sistema incompleto, heteropoyético, abarcativo, integrador, sinérgico; que retome pero también renueve las anteriores y queridas prácticas del movimiento del derecho alternativo.
Lo contrario sería permanecer en la repetición vacía de lo que ya hicimos y no fue suficiente, de los limites que ya alcanzamos, de las verdades consagradas. Del principio del deber en definitiva.
ANTI-SINTESIS.
He tratado de explicar algunas contradicciones de un discurso hecho desde la premura de una mesa pública, pero no de dar respuesta a las preguntas planteadas, sino mas bien de hacer un listado de posibles caminos de exploración. Es cierto que cada vez creo menos en la dialéctica como procesos de cierre completo de los problemas y que me sitúo en las apuestas inciertas del devenir. Es cierto que sigo siendo un fans de los momentos de lucha por la emancipación en la historia, pero no quiero ser ni un coleccionista ni un repetidor patético de lo mismo. La diferencia entre el error y el fracaso está en que la vida requiere error para acertar, en cambio el fracaso es una levedad de repetición no creativa. Pretendo no dar respuestas sino seguir formulando preguntas para el ensayo y un kairos del hacer permanente. Tengo si algunas convicciones, como que todo lo que no se renueva y no se recrea tiende a la inmovilidad, que es igual a la muerte. Y que después de modernos años de historia, no terminada por cierto, seguimos con una tarea pendiente de proporciones enormes, construir una apuesta distinta a las hasta aquí conocidas, que integre subjetividad y colectividad de una manera distinta a los capitalismos reales y a los socialismos reales hasta aquí conocidos. Esa nueva forma de subjetividad y socialidad integradoras están en alguna parte, no solo por construir e inventar, sino también por encontrar.
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