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Concepción, Bio Bio, Chile
Abogado. Maestro en Teorías Críticas del Derecho. Doctor en Derecho en DDHH y Desarrollo.

domingo, 22 de noviembre de 2009

LOS EXCELENTÍSIMOS



La sala es majestuosa pero al mismo tiempo severa. Alta, al fondo contiene cinco asientos que en verdad son tronos, que solo dejan ver los respaldos altos, portentosos, de corona curva y anchos como para acoger cómodamente a una espalda magnifica; los respaldos deben medir un metro setenta de alto, sobrepasan con mucho a sus ocupantes, que sentados cubren a la vista sus calzados por un mesón largo como los cinco asientos hacia los lados, que debe medir no más de cincuenta centímetros de ancho, y contienen solamente una campana dorada. Los respaldos recubiertos de cuero se distribuyen en paralelo, con uno más oscuro al medio para la presidencia y a cada lado dos de un cuero más claro. Allí se asientan altivos los cinco tribunalicios que deciden sin nadie sobre sus cabezas, que miran con cierto desdén y cierta indiferencia lo que ocurre a sus pies.

Un poco más adelante, en el medio de la sala una mesa larga y maciza, de madera gruesa y labrada aloja sobre ella códigos, leyes y carpetas apiladas, todos los asuntos sobre los que han de conocer. La rodean cinco sillones igualmente augustos, de respaldo ancho y terminado en curva, con sus respaldos tapizados en cuero al igual que los descansa brazos, salvo uno. Al igual que los tronos el de la cabecera de mesa más lejana al acceso, es de cuero oscuro, los demás más claros; sobre cada uno de ellos una manta revuelta, señal que los decididores ya han trabajado en ese lugar horizontal entes de subir al altar. El que se opone en el otro extremo es igualmente bello y sin embargo más simple: de respaldo más bajo es casi entero curvo, los brazos de madera descubierta y todo tapizado de un cuero rojo opaco, es del destinado a alojar a la relatora, mediadora entre los expedientes y los saberes. Más acá, a unos tres pasos de la mesa una barrera de madera que se abre en medio apenas un metro para permitir el tránsito a quienes ocuparan los asientos y los tronos. Detrás dos mesas ahuecadas abajo y dos sillones gruesos, amplios pero con el espacio limitado para los pies de quienes los ocuparán, de manera que, o bien debe uno estirar las piernas cuidando de no echarse en el asiento, o bien doblarlas en el espacio intermedio, manteniéndose erguido para, al usar la palabra, nunca llegar a sentirse lo suficientemente cómodo como para demorarse demasiado.

Allí nos encontramos. Mi contradictor debe hablar primero y empieza a trastabillones, luego comete el error pueblerino de llamar a sus señorías ilustrísimos y no Excelentísimos, y es mirado con una mueca que casi pasa al asco; vuelve a cometer errores y es detenido por la Presidenta del Tribunal, le manda ajustarse a lo que vino y tras un rato da por terminada su intervención y me cede la palabra. Cuido delicadamente entonces de pedir la venia al Excelentísimo Tribunal, de hablar modulado y de corrido, usando menos tiempo que el previsto y no usar la venial muletilla sino cuando al cierre pido a Los Excelentísimos le den la razón a éste súbdito de la justicia, que clama por su sabiduría. La presidenta hace sonar la campana para que nos larguemos, por que no se ve entrar ningún mozo a su sonido, nos paramos y semigiro, pensando por un lado como caminar sin darles totalmente la espalda, y por otro el que es como un viaje en el tiempo, que acabo de estar en la edad media, en la temprana colonia de América esperando un veredicto de la corona, cosa que no me cuadra, pues no hay rey.

Y sin embargo cada día decisiones importantísimas para el orden y el régimen se toman no solo allí, más que eso, en los insterticios de un modo de pensar medieval que nos rige y que desdobla a esos ciudadanos en miembros de una corte cercana a dios aún vigente. Toda la trama está escrita de la misma forma: el pedestal inferior es US. su señoría, juez de primer grado, sobre ellos US. Ilustrísima y más arriba Los Excelentísimos. Pero no para allí, las cámaras del pueblo tiene Senadores a esta altura casi inmovilizados en su perpetuidad, un Tribunal Constitucional que es una inquisición de los deseos modernistas del país y en la cumbre Su Excelencia, así, unipersonal, como Moisés frente a la llama ardiente de Yahvé.


La verdad es que nunca salimos de la edad media, nuestra modernidad muchas veces apenas moderna, pende en ese abismo, sigue anclada en el pasado hobbessiano y la soberanía no es lo que nos da a creer la televisión cada vez que hay elecciones de representantes. La cuestión es otra y también la soberanía habría que pensarla de nuevo: la república fue apenas un barniz sobre ese mar profundo de los dueños de los destinos de los pueblos.


Un amigo me comenta ante éste cuento que por ello debe ser que las reformas parece que, en verdad, deforman la pintura, pero no dan nunca abasto y siempre parecen menores ridículas. Se me hace entonces que los maos tenían razón con eso de cambiarlo todo por tribunales populares, por que ese señorío no podía ser reformado a parches sino que debe ser sustituido o pensarse otra estrategia más profunda. Pero los tiempos no están para tribunales populares, apenas para una red de protección de los pobres, decidida al final por Su Excelencia que envía a los Notables la ley que Los Excelentísimos sabrán decidir siempre en beneficio del orden tan divino.

El viaje de vuelta es en avión, como un Gulliver que retorna a su pobre aldea, reviviendo el tiempo de las máquinas que vuelan. ¿Será para tanto, me pregunto, no estaré exagerando, viendo más de la cuenta un poder de control que se mantiene? ¿O como sostiene el calvo pensador de la sospecha el panoptismo no fue sino un modo de ese control sobre nuestras mentes y nuestras almas para hacernos sabedores de nuestro lugar en el reino? La respuesta puedo leerla al día siguiente en tribunales de esos de primera instancia que apenas deciden el como pero no el qué; mis modernos colegas de trajes caros pero de multitienda al fin, igual que el mío, de corbatas opacas que contrastan con su I-Pod siguen presos más que yo de la pre-modernidad de las formas de los claustros: al terminar sus escritos de petición al tribunal, cualquiera, ellos escriben inocentes “Ruego a US.”.

Ruegan, ruegan por sus favores y probablemente pos sus almas, pidiendo que los dejen alguna vez entrar a las cortes como en los años inmediatamente previos a la Revolución Francesa.

Al igual que El Quijote la repuesta que tengo es la de los viejos libros, testigos en ese albor de tiempos de modernidad y de soberanía absolutista conjugados y creo que mi estimado Marques, Donatien Alphonse François de Sade, tenía razón cuando escribía en ese magnifico libro que es Filosofía en el Tocador “un esfuerzo más si queréis ser republicanos” y exhortaba a los portadores de las palabras nuevas a no solo cambiar los bandos por leyes. “¿Creéis que se llegará a la meta cuando nos hayan dado unas leyes?, argumentando escéptico contra esa inocencia revolucionaria.

Franceses, os lo repito, Europa espera que la libréis del cetro y del incensario al mismo tiempo. Pensad que os será imposible liberarla de la tiranía de los reyes , sin hacerles romper con la tiranía de la superstición religiosa: ambas están unidas por lazos tan estrechos que, si dejáis que una de ellas subsista, volveréis a caer bajo el dominio de aquella que habéis descuidado.

Al parecer la república no ha comenzado de veras y todo indica que hay que pensar como salir de la edad media y sacar de las cabezas esas cadenas de formas robustas, majestuosas, sempitérnicas que son las de las autoridades de nombres excelsos a quienes pedimos permisos para vivir.

El problema ciertamente no es de los excelentísimos, ellos se comportan a la altura. El problema es de los vasallos, que se creen libres sin que existan claramente prueba de ello.

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